jueves, 3 de febrero de 2011

Isla Soledad 4


No tiene por qué ser un día diferente pero hace sol, una luz imperial arrasa las calles y yo tengo bajadas las persianas y el foco de 150 watios encendido.
He subido la persiana, no sé cómo aguanta tantos años sin quejarse ni romperse, apagué la luz y de repente he descubierto que hay vida ahí fuera, y tal vez aquí dentro. Las plantas necesitaban agua, el cubo de zinc estaba a rebosar de lluvia y he sido buena samaritana. Sólo he regado cuatro macetas, qué tarde tan interesante. El motivo principal que me empujaba a escribir ya no existe, me lo arrancó de dos plumazos una esposa despechada, digo yo que con razón, aunque ¿quién tiene razones para robar los sueños de otro?
Mientras yo construía escaleras al cielo peldaño a peldaño, ella  vino por detrás con un martillo de argumentos a destrozarlos. Y el caso es que parece no saber que perdió la batalla mucho antes de mi puesta en escena, y el caso también es que mientras ella lucha por mantener en pie un castillo de arena, su desesperada falta de imaginación se ha agarrado a mis letras como un cepo, creyendo que cuando el amor se rompe, siempre es otro el culpable. Adujo que yo actuaba emboscada en mi inteligencia y mis bellas palabras (Oh  mon Dieu!) para seducir al pobre incauto de su marido... ¡Lo que debió gozar leyendo mis cartas, suplantando al destinatario !..
El marido debe ser incauto, sí, no me cabe duda, pues se quedó sin alas antes de desplegarlas, pero no puedo asegurarlo porque nunca llegué a conocerlo.
Todos fracasamos en nuestras propias soledades, desde luego no quisiera representar el calvario que a ella le toca en estos momentos, pero agarrarse a un clavo ardiendo no sólo es cobarde, sino que te deja las manos hechas un asco. Argumentar la desesperación del vacío no lo llena, ni los hijos son el motivo de nuestras excusas, sino el miedo. Ese terror al naufragio de nuestros proyectos, la confortable vida de puchero silbando en el fuego y los niños correteando felices alrededor, la algarabía de la cena de Navidad rodeados de nuestros seres queridos, sonrientes y encantados Profident...ese sueño en tecnicolor que creemos que se mantiene solito, porque yo lo valgo.
¿Pero quién nos dijo lo que podíamos esperar de la vida? ¿Acaso nos previnieron del priapismo compulsivo del género masculino, de su innata necesidad de cazar, de su inexistente capacidad para la fidelidad? No, si todos somos bestias pardas, pero estamos necesitados de más realidad en las escuelas y menos matemáticas.
Escuelas donde la primera clase a impartir se llamara Libertad. Después del Recreo, Arte. Martes y Jueves Realidad, y después se tomaría chocolate caliente para templar el pulso... La vida es así, no la he inventado yo, que diría Claudio Baglione.



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