sábado, 5 de febrero de 2011

Isla Soledad. La maté porque era mía.



A todos nos gusta el desorden, el caos. Sí, aunque en muchas personas se observe un comportamiento maniático y compulsivo por el afán de perfección y pulcritud. Esa necesidad de mantener el entorno cuadriculado y con cada cosa en su lugar va en contra de la naturaleza... o al menos eso me parece a mí. Porque el engaño es ordenar, evitando así la oportunidad de la transformación.

Cuesta aceptar que dependemos de una continua metamorfosis, dolorosa generalmente, que trueca las experiencias en conocimiento, aunque bien es sabida nuestra tendencia a caer dos veces en la misma piedra (quien dice dos, dice veinte o más, dependiendo del empeño que pongamos en creer que no nos vamos a equivocar esta vez).

Así, creyendo que no iba a equivocarse esta vez, Lolita Montes sucumbió a la tentación de ejercer de Madre de Calcuta hace unos meses. Arrastraba una soledad indescriptible desde hacía muchos años, en los que vio cómo su matrimonio se desmoronaba paso a paso, sin saber cómo evitarlo. Su vida pulcramente ordenada y dentro de los cánones que manda la santa sociedad se hizo añicos en un visto y no visto. Tuvo que comenzar de nuevo, y en este caso, sintió que la metamorfosis actuaba al contrario: de mariposa se convirtió en oruga. Así, pasito a pasito fue recomponiendo el recuerdo de sí misma, aquella que se había quedado atrás, antes de conocerle a él y adaptarse a su entorno, sus gustos y deseos. Ah...el amor dicen que es eso...y Lolita no era capaz de entender cómo pudo haber hecho tal cosa, intentaba recordar en qué momento renunció a ser Lola para ser una prolongación de Antonio.

Toda su vida se convirtió desde entonces en buscar el equilibrio entre los recuerdos y las vivencias cotidianas, pero el pulso siempre lo ganaba el recuerdo. ¡ Cuanto hubiera dado por dar marcha atrás y volver a la comodidad confortable del orden rutinario en el que no faltaba ni un perejil en la casa! Ay...no era posible ya. Buscaba en las caras de los demás una afinidad, un atisbo de deseo, una nueva oportunidad. Vivió mil historias que siempre acababan en fracaso y no comprendía por qué. Por qué las demás sí y ella no.

Se recluyó. Optó por encerrarse en su casa, de espaldas al mundo y así permaneció otros cuantos años hasta aquel día en que, por casualidad, que es como pasan las cosas, conoció a Felipe.

Le pareció que era el ser más bello del Universo, su cara era la de un ángel, su sonrisa dulce y cálida. Nunca se planteó más que una conversación con él, era terreno prohibido, pues les distanciaban 25 años, ni más ni menos. Él no compartía el tabú de la diferencia de edad y comenzó a llamarla, día tras día. Para hablar, sólo por el placer de caminar un rato por la ciudad, sólo por el deseo de verla.

Lolita sentía sorpresa e incredulidad, también un temor agazapado al que no sabía darle explicación, una inquietud que provenía únicamente de su intuición. Pasaron los días y los paseos dieron paso al romance, un romance a escondidas, encubierto por salvar las apariencias. Y un día, Felipe se quedó sin trabajo y literalmente en la calle, con sólo una bolsa de equipaje.

Aquí apareció la buena samaritana: Lola, siempre agradando a todos, siempre dispuesta a complacer a los demás, no pudo hacer otra cosa que acogerlo en su casa, esa criatura no podía dormir en la calle.

Y lo que parecía amor, se volvió obsesión, y Lolita volvió a perder la libertad en los brazos que la oprimían cada día más, sin dejarle oportunidad a un respiro, y quiso zafarse, le pidió que se marchara una, dos, mil veces y él no se marchaba, amenazaba con suicidarse si ella lo abandonaba.

El día 1 de febrero Lolita le suplicó por última vez que se fuera, su angustia la estaba consumiendo y estaba perdiendo las ganas de vivir, cada día al levantarse se enfrentaba al monstruo que la torturaba a base de besos y abrazos, en un círculo que no acababa.

Esa noche murió. Felipe en un arrebato de desesperación, viéndose obligado a marcharse, cogió un cuchillo y acabó con la vida de aquella mariposa que se llamaba Lolita Montes.

Descanse en paz.




(Si te sientes acosada por tu pareja, si recibes amenazas, o simplemente tienes miedo, llama al 955 005 010 ó  955 005 012. No lo pienses: hazlo.)



1 comentario:

  1. No hay que huir de las metamorfosis, los cambios siempre aportan cosas buenas y, aunque cueste, hay que luchar para que las cuadrículas no sean de hierro y se puedan romper. Los cambios siempre suelen ser productivos, siempre y cuando no impliquen el olvido de la esencia de cada persona.

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